EN EGIPTO, NOS DESLUMBRAMOS CON SU BELLEZA.

Cuando se está a punto de partir (no importa adónde: siempre habrá un movimiento, una modificación) se corre el riesgo de dejar el alma fuera del equipaje. Al llegar a destino, el resultado es una remota sensación de extravío, de desconcierto sin origen aparente. O una especie de inquietud en la espalda que nos susurra una pregunta: ¿Qué hago aquí? Por eso me gustan tanto los aeropuertos, las asépticas ciudades donde -sin saberlo- el pasajero se inicia en la liturgia de cambiar de estado antes de desplazarse.

 

Es habitual que, estando en EGIPTO, encuentres quien glose las maravillas de sus paisajes y la amabilidad de sus habitantes. Es fácil encontrarse con un grupo de gente que, en los parques, aún recuerdan las impresionantes pirámides. No será raro, en fin, recibir la grata mirada de un nativo que no entiende cómo, con la facilidad que proporciona un idioma común, aún no ha estado en España.



- Día 22: Barco